viernes, 4 de marzo de 2011

La última carta.

En la oscuridad de mi habitación puedo escuchar los gritos perfectamente. Ellos no lo saben, pero no, no estoy dormida. Cada noche, sin excepción alguna, tienen una discusión nueva. La mayoría de las veces, según dicen, por mi. Por mi culpa.
Nací el 14 de Junio de 1980, tengo 16 años. En teoría soy una chica normal, sin problemas, feliz. Y es así como quiero que me recuerden, aunque no me sienta tal cosa. Tengo miedo, mucho. Desde hace unos años, mi único pensamiento es ¿Y si yo no existiera, importaría? ¿Habría alguien que se diera cuenta?
(Han cerrado la puerta, y ahora, solo se oyen golpes)
¿Cesarían estos horribles enfrentamientos?
Si, mi padre es un maltratador, lo se desde que tengo uso de la razón, ella lo defiende, defiende los manotazos sin compasión que recibo, o los miles de golpes que ella aguanta a lo largo del día. Esos insultos incesantes, a los que no se puede responder, la rabia interna que recorre todo su cuerpo y sale disparada al exterior como si de un rayo se tratara.
¿Es mi culpa todo esto? Ellos dicen que si, que ocurre desde que me volví una impertinente, que antes no era así. También dicen que por mis caprichos vamos escasos de dinero, no tenemos ni para el alquiler, la gasolina. ¿Y ellos? ¿Es que acaso su (asqueroso) vicio el tabaco no cuesta dinero? No, tengo que ser yo la responsable, les da igual que llore, grite o pelee.
Mi único amigo es mi perro, un gran pastor alemán. Entiende todo mi sufrimiento, me acoge en su caseta, y ahí, tumbada escuchando su corazón, el sonido mas dulce que conozco, el único que me tranquiliza y desprende amor, paso la mayoría de mi tiempo. Si pudiera hablar, ¡Si me pudiera contestar!, pensar que tengo tantas dudas revoloteando sobre mi cabeza sin resolver y así desapareceré…
Es triste, envidio a tanta gente... según mi padre, y mis compañeros soy una celosa, y prepotente. Mi madre, dice que no, que soy lo que mas quiere, pero ¡Es mentira!, si que quisiera, ¿Me dejaría llegar hasta este punto?, ¿Me repetiría cada día, a cada momento todo lo que hago mal, lo malcriada que estoy? Ahora tengo más miedo, a medida que escribo esta carta, mi última carta me doy cuenta de que no tengo a nadie, que no me quieren. Tan solo a un perro, y su recuerdo, el recuerdo de Luis.
Luis ha sido el primer y único momento en el que he sido feliz.
El pasado Verano, como todos, imitábamos ser una familia normal que pasa sus vacaciones en la playa. En mi interior, la misma sensación de esperanza, y a la vez de negación. Sabia que nunca pasaría, que las tres semanas que teníamos por delante, serian igual que las dos del otro año, y del anterior. Pero esta vez, me equivocaba.
Aquel atardecer, el más bonito de mi vida… El sol se iba poniendo lentamente, el cielo estaba bañado de un tono rojizo, el mar tranquilo, rodeado de viejas piedras desgastadas por el paso del tiempo. Cómo no, yo me encontraba dibujando aquella imagen, reconciliadora y llena de paz. Y fue entonces cuando lo vi, cuando la felicidad y la dicha se cruzaron en mi camino. Un jovenzuelo más o menos de mi misma edad, con un tono oscuro de piel, acariciado por los rayos del sol, se encontraba paseando por la orilla del mar, dejando sus pies al contacto fresco, y serenado roce del agua abatida por las pequeñas olas que aun quedaban. Sus ojos verde esmeralda se cruzaron en un segundo efímero, pero intenso. Sin saber como, impulsada por una fuerza que hasta entonces desconocía, me levanté. Caminaba vacilante, pero con la mirada fija en su rostro, que cada vez más cerca podía apreciar mejor. Sus gruesos labios, que al sonreír dejaban al descubierto tal sonrisa, que hasta el hombre más bello debía envidiar. Ni que decir, que sus ojos eran la octava maravilla del mundo. Eran grandes esmeraldas talladas con forma estrellada en su interior. Cuando por fin llegué a su vera, algo aturdida, le pregunté por su nombre, si venia a menudo… acabamos manteniendo una larga conversación durante horas, se hizo tarde, muy tarde, pero daba igual. Yo sabía que algo nuevo estaba sintiendo en mi interior, una extraña sensación imposible de expresar, era uno de esos momentos que no quieres que tenga fin. Pero todo lo bueno se acaba, es pasajero, y nos tuvimos que despedir. Él me acompañó a casa, y antes de entrar, agarró mi mano entre la suya, y me dijo: Esta noche, la noche del 9 de Agosto, será siempre nuestra, y a partir de hoy, empieza una nueva historia. Mañana estaré esperándote, y al siguiente. No me cansare de ti, de tus palabras. Solo unas horas pasa saber que no quiero que desaparezcas así sin más.
Pasaban los días, nos íbamos conociendo. Solo con verle, la sonrisa que había desaparecido completamente de mi rostro volvía. Reflejo de un sentimiento que llevaba por dentro.
Luis, tenia un año más, pero eso es un dato irrelevante, no importaba, no a él. Cada momento que pasábamos juntos, era un momento para el recuerdo. Me encantaba cuando al oído me susurraba los versos de los poemas de amor más hermosos.
Todos nos empeñamos en buscar la felicidad, normalmente en un objeto material, o algo que se obtiene a partir de él. Pero yo estaba convencida, mi felicidad podía abrazarme, besarme con dulzura y pasión, caminaba cada día de mi mano, jugueteaba en la orilla, estaba conmigo, y solo me dejaba en las noches, noches largas, en las que mi único pensamiento, era que los días de verano se iban consumiendo, rápido, demasiado.
Y así fue como terminó, los dos lo sabíamos. Me marché, obligada por mi padre y mi madre, ¡Ni me dejaron despedirme! No pude decirle cuanto significó, lo feliz que me hizo en pocas unas semanas, ¡Que era mi amor!.
Por las noches, cada vez que recuerdo esos momentos que nunca más ocurrirán, siento un vacío dentro de mí. Como las lagrimas van acariciando mi débil piel, hasta que gotean. Llanto silencioso que tiene vida en mi pecho, y muere sobre la almohada, empapada ya.
Imaginaba su voz junto a mí, sus calidas manos acariciándome con la ternura que una madre arropa a su recién nacido. Era mí ser, y no estaba conmigo.
Ha pasado ya un año y medio, no soporto todo mi dolor acumulado, la sangre que corre por mis venas cada vez es más débil, pues mi corazón no tiene fuerzas para bombearla.
Necesito salir de aquí, agachar la cabeza y huir. No puedo más. Me es imposible vivir con toda esta pena que habita en mí, que poco a poco me va consumiendo, apagándome.
Cuando ya no esté, cuando me haya ido, dejare un mundo y en él nada mío. Estará vacío, ¡como yo! Mis padres, al amanecer tal vez ni se acuerden de que debería estar en la cama, mis compañeros no echaran en falta mi presencia en clase.
Solo Luis, mi perro, y yo, sabremos lo que ha pasado. Lo que viví.
Aquí termina mi última carta. No se que me deparará, pero se que es mejor, porque aquí ya nada tiene sentido para mí. Se acabó.
Mi alma siempre será tuya Luis.

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